Diminutos mirmidones


Dejad que acabe de engomarme el bigote y saldré a saludar.

Me congratula presentarme ante vosotros, queridos lectores de peripecias proto-industriales. Soy Manuel di Longazzo, barón de las Galápagos y virrey de los acantilados de Islas Feroe. Dejando a un lado el resto de mis títulos, sabed que soy un ávido lector e investigador y mi mayor sueño es inventar chismes que dejen boquiabiertos a los asistentes de una futura exposición. 

Supe de la existencia de la Fabulosa Exposición Anacrónica por mis círculos intelectuales y no tardé un momento en conseguir uno de mis pases. La emoción me embriagó en aquel instante; volví a ser un niño.

El extracto que os muestro a continuación es muy didáctico y servirá de aperitivo para todos aquellos que no hayáis podido asistir a esta magnífica feria. Y creedme, esto es solo el comienzo.

Paseaba yo bajo el abovedado e inmenso techo de cristal del invernadero, la zona habilitada para las muestras de ciencias naturales; cientos de niños correteaban de un lado a otro, arrastrando a sus padres para ver los fósiles de dinosaurios o las colecciones de mariposas de latitudes tropicales. Fue entonces cuando coincidí con mi viejo amigo Formico Saltamonti, entomólogo de renombre, quien custodiaba una carpa coqueta y pequeñita, con un terrario.



¡Formico, caro amico! ¿Pero qué sorpresa guardas aquí? ¿Qué es de tu vida?
¡Manuel! Ya tardaba en verte por la exposición. Pues nada menos que ¡hormigas!
Las puntas del bigote se desrizaron de la impresión.
Desde la peligrosísima Paraponera clavata del corazón del Amazonas hasta la hormiga de plata del Sahara, pasando por la demoledora hormiga Bulldog.
Sí que has debido viajar, ¡fascinante! añadí mientras me quitaba el sombrero y acercaba mis lentes al primer recipiente.
Oh, es peligrosa esta pequeña. La Paraponera, hormiga bala u hormiga veinticuatro. La llaman así porque su mordedura duele como un balazo y porque veinticuatro son las horas de indecible agonía que experimentas en caso de que perfore tus carnes.
Tragué saliva.
Qué atroz, y todo empaquetado en unos gramitos de pura furia y seis patas.
Cómo lo sabes. Hay una tribu de la jungla amazónica que la utiliza en sus rituales de iniciación, ¿lo sabías?
Escuché su explicación con atención.
Primero las recolectan y adormecen en un caldo para poder manipularlas. Más tarde las introducen en la fibra vegetal con la que tejen unos guantes rituales. Y por último el niño que quiera pasar a hombre deberá enfundárselos en sus temblorosas manos, previo despertar y enfurecimiento de las malvadas Paraponera. Diez minutos recibiendo picaduras y el resto, amigo, es historia.
Santo cielo, Formico.
Y no lo harán una vez, no. Para ser hombre deben vestir los guantes unas veinte veces.
Fascinante.

Oye, no paro de fijarme en estas hormigas tan brillantes de aquí. ¿De cuáles se trata?
Las favoritas de tito Formico dijo frotándose las manos y con ojos llorosos. Cataglyphis bombycina. La hormiga plateada del desierto del Sahara.
Qué color más bonito. Parecen de verdadera plata.
Lo sorprendente de ellas es que son uno de los animales más resistentes al calor que existen.
Vaya, debí imaginarlo al ser del desierto. Pero, ¿tanto aguantan?
Más de lo que imaginas. Cataglyphis posee adaptaciones a temperaturas extremas que te dejarán atónito. Sabes que los insectos tienen seis patas, de ahí que también se llamen hexápodos.
Sí.
Pues cataglyphis usa cuatro al correr por las dunas ardientes para minimizar daños. Además, son patas más largas de lo normal, con lo que retarda la llegada de calor al cuerpo.
Esta naturaleza no para de asombrarme.
Y eso no es todo. Han descubierto que crea unas proteínas que protegen su cuerpo del calor extremo. Esto les permite funciona como colonia a cincuenta grados e incluso algo más.
¡Cincuenta grados!
Y sin ápice de sombra. No obstante, son tan listas que memorizan el camino de vuelta al hormiguero según la trayectoria del sol en el cielo. Así siempre tienen la ruta más rápida en la mente para no achicharrarse, por ejemplo, a mediodía. Son los únicos bichos que se atreverán a salir de las arenas a esas horas.
Me acerqué al terrario de las hormigas de plata y les aplaudí. ¿Qué menos podía hacer?

Si me acompañas me avisó Formico , te llevaré con toda una bestia. El tiranosaurio rex de las hormigas.
Cuando me enseñó una de ellas a través de la lupa pude ver las mandíbulas tan abiertas que formaban un ángulo de 180º.
Formico le acercó una presa, un pequeño pulgón que fue guillotinado no desde arriba, sino por los lados.
¡Por favor! ¡Increíble! ¡El Terror! ¡Robespierre estaría orgulloso!
Sus fauces de insecto se cierran a más de doscientos kilómetros por hora. No hemos podido verlo porque aún no se ha inventado el slow motion en este mundo anacrónico. Odontomachus es el género de estas bestias.

Por último, Formico se despidió de mí enseñándome una hormiga que también hacía gala de poderosas mandíbulas.
La hormiga bulldog. Myrmecia. Su instinto depredador es brutal e inextinguible. Tiene sed de presas. Su visión es mejor que la de otras hormigas por eso mismo. ¿Te manejas con la filosofía?
La pregunta me tomó desprevenido.
¿Filosofía?
En su obra «El mundo como voluntad y representación»...
¡Schopenhauer!
¡En efecto! Arturito usó un experimento con esta hormiga como excusa para hablar de la inherente destrucción ligada al instinto de supervivencia, a la pulsión por mantenerse.
¿Cómo es eso? pregunté atónito.
Y Formico recitó el extracto, no sé muy bien si con sus palabras o de memoria:
«Pero la hormiga bala de Australia nos da el más extraordinario ejemplo de este tipo; en el momento en que es cortada en dos, una batalla sin piedad comienza entre la cabeza y la cola. La cabeza desea reventar a la cola entre sus mandíbulas; la cola se defiende, brava, arponeando a la cabeza con su aguijón. La lid dura más de una hora hasta que las partes se matan o son arrastradas y alejadas por otras hormigas. Y esto ocurre cada vez que se realiza semejante experimento.»

Agradecido a mi amigo Formico Saltamonti por semejante exposición sobre parte de la fauna más pequeña, pero sin duda más valiente y briosa, salí del pabellón con renovado respeto y admiración por las hormigas, deseando escribir sobre ellas estas líneas.


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